martes, 31 de mayo de 2011

El estigma de la "cultura salsa" en Cali



En pleno siglo XXI todavía no termino de comprender el porqué de esa tozudez de la Alcaldía de Cali y la Gobernación del Valle del Cauca por seguir designando a la salsa como única manifestación identitaria de una región que se caracteriza por su diversidad cultural y étnica. Es inaceptable que en una ciudad tan heterogénea, donde convergen personas, ritmos y sabores tan distintos, todos los esfuerzos de los gobiernos locales estén orientados únicamente a reforzar la parálisis cultural que la gobierna desde hace muchos años, mediante el excesivo y hastiante incentivo a la salsa.

Es un lugar común reconocer que en un gran porcentaje la culpa de tal rezago y de la estimatización que macera a Cali en el contexto nacional - y hasta internacional- gravita sobre la ineficacia de una clase dirigente que en muchos ámbitos da muestras de su miopía gerencial, y la promoción cultural, cómo no, es uno de ellos. No hay stand de feria empresarial o canal de televisión en los que el secretario de "cultura" (!) y turismo de turno no esté presente portando la cuña que respalda ese rótulo tan desafortunado que se ha ganado esta ciudad: el de "Capital de la salsa". Desafortunado porque, con el respeto que merecen los amantes de ese género musical, se ha convertido en un estigma.

Este predominio de la salsa en la oferta cultural y turística caleña es a todas luces abusivo y excluyente: mientras eventos como el Festival Internacional de Cine de Cali se cancelan por supuestas "dificultades presupuestales", la Feria de Cali, el Festival mundial de la salsa y el Festival de salsa y verano continúan desarrollándose sin ninguna contrariedad, y por supuesto, con el amparo de la Alcaldía de Cali a través de su Secretaría de Cultura y Corfecali.

Al elegir un ítem específico como estandarte de su cultura las ciudades buscan definir su identidad, con el riesgo de que tal identificación comporte un anquilosamiento. Y eso es lo único que tristemente ha dispensado la salsa a una ciudad como Cali: la lastimosa reputación de ser la meca de un género que tiraniza los espacios de la cultura y el entretenimiento, marginando otras expresiones.

Y después nos preguntamos porqué a Cali y al Valle del Cauca se les da un trato de quinta, porqué se les da tan poca importancia en la erogación de recursos del Estado, en los espectáculos que se presentan en el país, etc. Porque ni los que vivimos en esta región ni los políticos que elegimos proponemos una imagen distinta de ella, seguimos empleando las mismas gastadas estrategias de cortos resultados.

martes, 24 de mayo de 2011

Criticar por criticar. De la irreverencia y otras yerbas.


De todos los blogs con que me he topado, son los de crítica, que proliferan bastante en la web, los que más han llamado mi atención, y no solamente por que sea la crítica el género en que se inscriben (al igual que este blog), sino por la formula que emplean, que es la que determina su éxito. La táctica con que buena parte de ellos procura granjearse notoriedad es la irreverencia, que hay que decirlo, nunca antes fue tan abusada como ahora.

No es un secreto que el lenguaje políticamente correcto y demás formalismos resultan agobiantes por la rigidez que los define, y por consiguiente sea natural la aceptación de transgresiones de cualquier norma como una alternativa mucho más seductora a la hora de cautivar a personas del común, para las que cualquier materia con algo de complejidad o profundidad es causa de confusión, y hasta de espanto. Si esa disyuntiva es constante en todos los medios tradicionales ¿Porqué la internet, y particularmente el mundo de los blogs, tan democrático y accesible, iba a estar excluido? La irreverencia supone entonces, no solo un cambio de estética, sino un intento por simplificar temáticas.


Pero como toda moda, esto de la irreverencia también es susceptible de volverse cansón. No voy a criticar la irreverencia per se, porque, en primer lugar, constituye una transformación positiva en el campo de las comunicaciones, además sería hipócrita de mi parte amonestar algo que me ha deleitado como espectador. Pero con lo que no me avengo es con esa obsesión de muchos blogueros, sobre todo los colombianos que son los que más conozco, por tomarse al pie de la letra el ser irreverentes, como una regla que toca cumplir a la fuerza con tal de mantener un alto tráfico de visitas. Hablo sobre todo de ese tipo de bloguero nostálgico de la generación de los 90's, educado por El Siguiente Programa, South Park y MTV y que en virtud de esta influencia, tiende a mirar todo como digno de su mordacidad pero también de su visceralidad. Y cuando digo todo, es TODO, pues no parece haber nada de su agrado. Solo basta con decir que en estos blogs es moneda corriente atacar a la persona y no tanto a lo que representa esa persona, que en un blog de crítica tradicional es esencial.


En definitiva, creo que la critica social, política y televisiva es imprescindible en internet, y más cuando en los medios tradicionales la poca que hay está tan prostituida. Pero no le hace ningún bien a la crítica renunciar a la razón y dejarse gobernar por la puerilidad de criticar por el simple placer de criticar, sin que tercie ningún motivo, que ahora recibe la denominación de "irreverente".

sábado, 14 de mayo de 2011

Colombia: el paraíso de la corrupción

Cortesía de Matador Cartoons

Ni los desfalcos a la salud o a los damnificados por el invierno, ni el carrusel de la contratación, ni el expolio de tierras a campesinos y comunidades ancestrales, ni la rapiña de las transnacionales, entre otras arbitrariedades han sido hasta la fecha lo suficientemente explosivas para sacudir la conciencia del colombiano de a pie, que se limita a contemplar las injusticias con indolencia ¿O es más exacto decir resignación?

Tal vez conformidad sea la palabra que mejor designe esta actitud. Realmente no puede esperarse otra cosa de un pueblo que desde que tengo memoria vive familiarizado con la injusticia y la deshonestidad en todas sus manifestaciones y en cada una de las esferas sociales. Basta con recordar hechos tan cotidianos como pasarse el semáforo en rojo, los sobornos (cuando no son agresiones) a los policías de tránsito, la falta de ética comercial, y colarse en la fila para pensar en la ilicitud, no como un flagelo, sino como un símbolo patrio más de este condenado país.


Colombia es suelo fértil para la semilla de la corrupción, y como los casos son tan desbordantes, es preciso abordar el tema de manera esquemática y comparativa: mientras en otros países procedimientos desarrollados para amedrentar a la oposición política son razón suficiente para que dimitan sus presidentes, en Colombia estos le permiten llegar sin mayores inconvenientes al final de su periodo de gobierno e incluso aspirar a reelegirse. De igual manera, en países como España el cohecho y las adjudicaciones a dedo tienen sanciones que la justicia colombiana administra con notoria lenidad y que todavía mantienen en sus cargos a funcionarios públicos (que lo diga Samuel Moreno que como mucho logró tres meses de suspensión, y todavía tiene la desfachatez de asegurar que renunciar no está en sus planes). Y es que hasta países como la India son más ejemplarizantes a la hora de sacudirse de los abusos de corporaciones transnacionales, mientras el Estado colombiano, con la genuflexión que le caracteriza, les permite hacer lo que les plazca con los recursos naturales y los derechos humanos a cambio de compensaciones mezquinas.

Todas las condiciones están dadas para que la corrupción y la injusticia prosperen en este país. ¿Cómo iba a ser de otra manera si en el mismo imaginario colectivo del pueblo colombiano se inserta la demonización de la protesta contra las injusticias, clasificándola como una "manifestación mamerta"? Definitivamente la ignorancia es la mayor legitimación de la corrupción.

lunes, 2 de mayo de 2011

Euforia y lamentaciones por Bin Laden

Es innegable que la muerte de Osama Bin Laden desde el 11 de septiembre de 2001 era uno de los acontecimientos que en especial el mundo occidental más deseaba presenciar. Sin embargo el eufórico júbilo que comenzó en la madrugada de ayer, como cabe esperar, contrasta con el escepticismo y el rechazo de facciones políticas adversas. Si no son los tradicionales cuestionamientos éticos de la corriente anti-yanqui (muy dominada por la expresión más radical de la izquierda) los que atacan este tipo de iniciativas militares de Estados Unidos -especialmente cuando los del norte pasan por alto la soberanía del país donde se desarrolla la operación, como en este caso-, por otro lado son los suspicaces que no dan crédito ni a la misma muerte de Bin Laden, y menos después de que el Pentágono confirmara que al cadáver se le practicó una inhumación en el Océano índico acorde con las tradiciones islámicas (¿desde cuando se preocupa tanto Estados Unidos por los ritos de sus muertos?). Y por supuesto, no se puede olvidar el foto-montaje de pobre calidad que difundió la televisión pakistaní.

Pero también hay que resaltar la invocación de los derechos humanos y la "defensa de la vida" por parte de regímenes como el venezolano, que una vez más muestra al mundo su diligencia en condenar los crímenes del imperialismo yanqui, sin abdicar, eso si, en su solidaridad con dictaduras del medio oriente asesinas de su propio pueblo o que amenazan con el mayor desparpajo con borrar del mapa todo un país.


"Ahora la muerte de cualquier individuo, aparentemente de lo que se le acuse, pero no sólo de elementos fuera de la legalidad como Osama bin Laden, sino de presidentes, de las familias de presidentes, son abiertamente celebradas por los jefes de los gobiernos que bombardea" - Elias Jaua, Vicepresidente de Venezuela.

La muerte de Bin Laden no va a dar termino al terrorismo internacional, eso es cierto, sobre todo si la política exterior de Estados Unidos sigue procediendo con la misma intransigencia, por mucho que se esmere en mostrarse en estas circunstancias como el guardián de la seguridad global que lo combate. Pero es aún más dudoso que el terrorismo desaparezca al encontrar tanta aprobación disfrazada de humanismo por parte del antiyanquismo de izquierdas.
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