domingo, 25 de diciembre de 2016

Facebook e Identidad

Facebook es tan incuestionable para el internauta del común como el oxígeno. Todos los meridianos de la cultura pasan hoy por la red de Mark Zuckerberg, hasta el punto que el mismo sistema educativo ha tenido que desechar su desdén inicial hacia ella y adaptarse, todo lo cual ha llevado a que el hecho de no tener una cuenta de Facebook sea comparable a la muerte. Facebook es magnético, ¿qué nos seduce de él? Memes, juegos, chat, estados, música... muchas cosas que los idealistas suelen amalgamar en expresiones como libertad, fluidez comunicativa e independencia mediática. Una realidad tan envolvente y avasallante, que el menor cuestionamiento hacia ella tiende a ser tomado como síntoma de locura. Y con esto no pretendo mostrarme como un loco o un profeta de catástrofes incomprendido, (ya saben, de esos "únicos y especiales" con complejo de Casandra posmodernos), sino en cierta manera justificarme. ¿Ante quién o ante quiénes? Pues digamos que ante la automática objeción: ¿Qué hace en Facebook si no le gusta? A esa recriminación que pretende mantener el Status quo cultural no dudo en responder -con no poca vergüenza, eso sí- que es por obligación. Sí, es cierto, también me he abandonado como casi todos al espectáculo de los memes, como también le he hallado una considerable utilidad a esta red al conectarme con páginas que divulgan contenidos libertarios como Mises Hispano o Propiedad privada (que es lo opuesto de lo que criticaba en una entrada muy antigua de este blog); pero el ancla real es la obligación académica ya que, como ya bien he anotado, los profesores y burócratas de la academia se han dejado seducir por esta red social y la han adaptado como recurso didáctico, o eso dicen. De cualquier forma, estas obligaciones académicas pueden ser grillete, más no mordaza para impedirnos reconocer en Facebook un cierto grado de retroceso cultural que figura una forma moderna de postración.



La más evidente de las razones que me motivan a cuestionar a Facebook es el que quizá es su mayor atractivo: el botón de "Me gusta", que recientemente ha sido ampliado a un abanico de "reacciones". Los estados y comentarios, muy anteriores al "Me gusta", eran cuando me inicié como usuario el eje de la actividad de Facebook, y el intercambio de ideas el principal estímulo (sin ser el ideal), hasta la aparición de este adminiculo, que como dispositivo de apoyo desplazó a las demás actividades para convertirse en el centro y obsesión de los facebooknautas. Cada pulsación de "Me gusta" -o Like, como es más común llamarla- es un termómetro que, se supone, mide la calidad de una publicación, tanto por presencia como ausencia, instaurando así un culto al "sagrado" pulgar arriba, como ahora a su nuevo séquito de "reacciones", para recibir su favor. Y lo que sorprende no es tanto esto como la asimilación que muchos han hecho del like como patrón de vida: el "me gusta" fomenta la autocensura arbitraria, pues muchos posts, sin importar su aceptable calidad, terminan siendo borrados al cabo de un tiempo por sus creadores solamente por el hecho de no recibir likes. Si Luis Vélez de Guevara viviera hoy, tendría en el like una inspiración más exacta para la representación del capricho de la Fortuna. Por un usuario de Facebook que prima la calidad de sus publicaciones sobre cualquier cosa, hay muchos otros que ponen en la consecución del like la supervivencia de su autoestima.

La puja por los likes ha dado lugar a una serie de comportamientos rayanos en lo patológico: el usuario promedio de Facebook hace un holocausto con su dignidad al publicar cualquier contenido, el que sea que encaje en un catálogo que incluye los selfies en el baño, la foto del vaso de Starbucks, pasando por los carteles con frases de motivación, citas de dudosa autoría, fotos de animales destripados expresando falsa conmiseración, o las actualizaciones de estado empezadas como "me siento...", a fin de que el cielo de la popularidad le sea propicio y afloje sobre él esa lluvia de guantecitos blancos. Bienvenidos a los juegos del hambre... ¡y que la suerte esté siempre de su lado!


Pero también ocurre lo contrario. Vuelvo a preguntarme en este punto: ¿Es realmente Facebook ese entorno libre que predican sus defensores? ¿Esa Zion que librará a todos de la Matrix (no, no soy conspiranóico, solo es un símil)? Para quienes seguimos pensando en la autenticidad como inseparable de la libertad, no nos cabe la menor duda de que no es así, Si Facebook acelera el acceso a la información, su estructura también permite y fomenta la cobardía de holograma. Un fenómeno muy curioso que he podido apreciar en Facebook es el desdoblamiento de la identidad. Al momento de crear su cuenta, por mucho que ponga su nombre real, el común de los usuarios no traslada su identidad fielmente a la red social sino que crea una nueva, un "yo transgénico" producto de una parte escogida de su personalidad, la más presentable, cuando menos las más conveniente, a la que se le aplicará una buena dosis de adulteración. Hasta llega a ser fascinante ver la facilidad con que Calamardo puede convertirse en Bob Esponja en Facebook. El individuo se compromete con -y se substituye a sí mismo por- un ser ideal (políticamente correcto o incorrecto, pero nunca auténtico) al que se empeñará en mantener y dar solidez ante sus contactos. En palabras de Paula Sibilia, se da"una forma de ser que se cincela para mostrarse", personajes que "constituyen un tipo de construcción subjetiva alterdirigido, orientado hacia los demás: para y por los otros" (Sibilia, 2008, p. 266). El punto más extremo de este travestismo lo encarnan los perfiles falsos, los cuales, según datos de la misma red social, llegan al 11.2 % del total de usuarios de la red, y aprovechan este entorno para camuflarse de una forma completa, obviamente con propósitos aún menos nobles.


A esto hay que agregar que la comodidad que otorga el entorno de Facebook da lugar a la primacía del cotilleo, a la indirecta, y al inmovilismo social en todos los niveles. Ya dijimos que el "me gusta" es menos estímulo que condicionante, a lo que hay que sumar la función  que desempeña como lenguaje simplificado de los simuladores. El like es la más elemental unidad de expresión con la que muchos pretenden sustituir los tradicionales comentarios de elogio, Además, ¿cuántos no juntan en sus biografías likes a fanpages como si de medallas o soles en la solapa se tratara? Igualmente, las mismas páginas ambicionan llegar al máximo número de seguidores, sin importar cuántos de estos sean perfiles falsos. ¿Quiere aumentar su número de seguidores de un plumazo sin desgastarse en persuadirlos con contenidos significativos? ¡Se le tiene!: Un millar de servicios en la web prometen incrementar artificialmente el número de likes por tarifas que van de $47 hasta $590 dólares, dependiendo del número de fans al que se aspire. Un carnaval de máscaras, un teatro de los sueños, eso es Facebook, y en definitiva, más Matrix que Zion.

Facebook es un vicio que deleita nuestros sentidos, y por encima de todo, nuestros egos; una realidad espuria pero con más peso que la realidad misma para el internauta de esta generación, y que por eso mismo en cualquier momento puede tornársele hostil. Aunque muchos usuarios se regodean en la personalidad de fantasía que se han forjado en sus biografías, tienden a tomar a Facebook como otro mundo, un universo paralelo con sus propias leyes y cuyos eventos no tienen consecuencias en el mundo real. Sin embargo, lo juzguemos tonto o absurdo, si Facebook no le avisa que Fulanito o Sutanita está cumpliendo años, para muchos esto suele pasar inadvertido. Una foto vergonzosa -de esas que cualquier Smartphone traicionero puede sacar, por ejemplo, durante las peores borracheras- que circule por la red de etiqueta en etiqueta puede ser causal de despido laboral, divorcio y el fin de muchas amistades.

Por otro lado, qué difícil resulta rehacer el pasado en Facebook, siendo como humanos sujetos en nuestras trayectorias de vida a los cambios (de pareja, opinión, ideológicos, religiosos, etc.). Pero no, Facebook siempre tendrá disponibles para los ánimos más ociosos y audaces las publicaciones de etapas ya abolidas en el mundo real, lo que te pone en la odiosa tarea de poner a tono el pasado con el presente en el Facebook para manener tu mundo en orden. ¿Cuántas veces alguno de mis contactos no me habrá sorprendido con preguntas sobre mis panfletos izquierdistas de 2008? ¿Cuántos, con un like o un comentario, han desenterrado de repente personas y eventos que no nos gustaría ver de nuevo?

Me incluyo entre quienes siempre celebraron los espacios que ofrece Facebook para el debate, pero basta con ver los hilos de comentarios en las fanpages de la Revista Semana, El Espectador, El Tiempo o Las 2 Orillas para confirmar la validez de la apreciación de Umberto Eco sobre las redes sociales. Cada vez me convenzo más de que cuando decía que estas "le dan la palabra a legiones de necios", hablaba en particular de Facebook, después de todo es la plataforma de la web 2.0 que más ha contribuido a salvar el abismo entre las voces expertas y las aficionadas, lo cual llega a su nivel más extremo con los trolls, haters y otras alimañas que no se sienten ligados a ningún principio ético de la comunicación y se alimentan del generoso feedback de los likes, como también en la ineptitud de muchos Community Managers y los mecanismos de denuncia de Facebook, sin otra motivación que vituperar todo lo que porta alguna validez o importancia.

En fin, este valle de lágrimas que nos venden como el paraíso en la web llamado Facebook, figura por ahora como el gran espectáculo de las fatigas humanas que con el paso del tiempo nos absorbe cada vez más, y que mientras maximiza el flujo de información, arranca al individuo de su complejidad para convertirlo en una calcomanía.


Bibliografía:

Sibilia, P., La intimidad como espectáculo. Fondo de cultura económica de Argentina, S.A. Buenos Aires, 2008.
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