domingo, 31 de julio de 2011

El Uribismo y sus delirios de persecución


Uno como ciudadano de a pie admite sin contestación el axioma de que la corrupción (así en abstracto) en cualquiera de sus manifestaciones debe ser castigada con todo el rigor de la justicia. Pero en este país, la polarización ideológica e incluso los apegos regionalistas a menudo dan al tema un trato palpablemente selectivo. Un muy buen ejemplo de esto podría ser la avalancha de casos aberrantes de cohecho, desfalcos, violaciones a los derechos humanos y nepotismo que nos legaron los dos periodos presidenciales de Uribe, por los que ahora comparecen sus artífices ante la palestras judiciales y ante la desaprobación de buena parte de la opinión pública, pero que también tienen el recibo minimizador - o en el peor de los casos, indulgente- del lenguaje uribista, que paralelamente señala con fiereza la "politización" de la justicia cada vez que afecta los intereses de sus cabecillas, pero que la ensalza cuando los investigados/sentenciados pertenecen a la izquierda. Así, son notorios sus esfuerzos por convertir el caso de las relaciones prohibidas entre Samy Moreno y los Nule y las imputaciones a Piedad Córdoba por la Procuraduría en la cortina de humo perfecta para tamizar las calaveradas del Uribismo.

Ese sesgo en la percepción del delito es peligroso. La corrupción no puede tener fronteras ideológicas: Tan denostable es la forma indecente como se adjudicaron obras en Bogotá, como las relaciones de Piedad Córdoba con la guerrilla, y los desfalcos y cohechos que caracterizaron al Gobierno de Uribe, sin olvidar sus falsos positivos. La presunción de que todas las investigaciones por corrupción son parte de una "persecución política contra el uribismo" es un insulto a la inteligencia.

miércoles, 20 de julio de 2011

COLOMBIA: 201 AÑOS DE MENTIRAS

Son 201 años en que lo verdaderamente inmarcesible ha sido la búsqueda de pretextos para las guerras y odios fratricidas, y en que el incremento de la desigualdad social ha sido directamente proporcional a la corrupción que, a propósito, nunca estuvo tan enraizada en las instituciones del Estado y en la clase dirigente como ahora


Llegó el 20 de Julio, con toda su pompa y su fanfarria. Día en que el colombiano de pie se siente llamado (o forzado) a entonar con más aliento del habitual esas líricas de Oreste Sindici que el resto del año pronuncia de forma mecánica e irreflexiva, y a maravillarse con la solemnidad de las procesiones militares en calles y plazas bautizadas con nombres de próceres que desconoce, para celebrar la independencia que nunca llegó, o mejor, esa transición de poderes que comenzó hace 201 años con el estruendo de mosquetes y el traqueteo de las bayonetas: la sustitución de amo y de bandera, de la encomienda por la maquila, la Cruz de Borgoña por la omnipresente barriestrellada, camufladas en el tricolor que por este día ondea en balcones y aleros, pero que disimula muy pobremente la débil soberanía de este protectorado llamado Colombia.


Bandera del Estado libre asociado de Colombia

Son 201 años en que lo verdaderamente inmarcesible ha sido la búsqueda de pretextos para las guerras y odios fratricidas, y en que el incremento de la desigualdad social ha sido directamente proporcional a la corrupción que, a propósito, nunca estuvo tan enraizada en las instituciones del Estado y en la clase dirigente como ahora. Dos siglos y un año, y todavía seguimos insistiendo en una precaria solidez como país con base en un centralismo bogotano apático a los intereses de regiones, que aún hoy coquetean con el separatismo y persiguen la meta que conquistaron tempranamente Ecuador, Venezuela y Panamá.

201 años de comernos el cuento del "multiculturalismo colombiano", buscando ingenuamente con su mención eclipsar y alcahuetear el racismo de un pueblo que en pleno siglo XXI sigue mostrando una fijación enfermiza por el color de piel y la extracción social. 201 años en que la herencia discriminatoria española se ha conservado intacta y el sentido despreciativo de las palabras indio o negro no es desterrado del habla del colombiano de a pie, de ese que se victimiza en Europa cada vez que oye la palabra "sudaca" y que tanto se ufana de ser incluyente y cordial (con el extranjero, claro esta).


En fin, 201 años de mentiras.
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