Parece que estamos condenados a cantar en Colombia las mismas endechas al reinante oscurantismo cultural de nuestra televisión. Cuando creíamos superada la pesadillesca noche de la Narco-televisión, ahora los canales privados en su "inefable sapiencia empresarial" acometen a resucitar el idiotizante narcotico de los realities. Pero esta culpa gravita en un cincuenta por ciento sobre la participación pasiva de un público amodorrado que en la mayoría de las veces mata cualquier alternativa seria de transformar la cultura de un país tan medieval como este.
Y soy de los que piensa que este letargo que parece dilatarse al infinito está determinado por la idiosincracia del colombiano, muy propenso por cierto a banalizarlo todo con su sempiterna cosmovisión carnavalera y bastante materialista. La ambición por la fama y el dinero a costa de todo (incluso de la dignidad personal o ajena) es la base sobre la que se enarmona este tipo de propuestas televisivas, que pretendiendo representar la realidad, redunda en su chabacana reducción y estereotipización. Es lo que vemos en las caras bonitas y esmeriladas de realities como "Protagonistas de nuestra tele" reciclaje de "Protagonistas de novela" en el que de nada sirvió el cambio de nombre para presentarlo como un proyecto más diverso y accesible, pues devino en la misma oda a las apariencias. Resulta cómico pensar que esta cosa se promociona como "programa caza-talentos" a la vez que se contrapone con su objetivo, menos instructivo que sencionalista.
Por más que se esfuercen los reputados tutores de la interpretación que moderan y dirigen a los participantes en afirmar que el talento es la meta de su misión, se prioriza siempre el atractivo físico y una personalidad "llamativa" (toda vez que se entienda por llamativo al carácter rencilloso) como las aptitudes que determinan la admisión a y la permanencia en un "reality" de estos. El solo hecho de que la erosión de la convivencia entre un puñado de personas determine su salida y no tanto sus carencias actorales habla mucho.
