Lo cual no implica en absoluto negar
que en Colombia efectivamente se fabriquen cortinas de humo, y que éstas sean a
menudo artimañas institucionales, como tampoco se puede negar que “cortina de
humo” es en sí misma una denominación política-ideológica empleada por algunos
sectores para legitimar o invalidar ciertos eventos. Llama la atención la
prontitud con la que muchos izquierdistas suelen aplicar esta etiqueta a toda
mención de Venezuela ahora, conducta que, claro está, fue inexistente en tiempos de la bonanza petrolera en la que todo
era loas al “Socialismo del siglo XXI” y a la figura de Hugo Chávez. Es en circunstancias
como las actuales cuando la izquierda colombiana desecha su internacionalismo y
saca a relucir su dimensión más provincialista, al apelar al interés
prioritario de nuestros propios asuntos so pretexto de no inmiscuirse en
asuntos internos de otros países, pues arguyen que toda referencia a conflictos
foráneos es una maniobra deliberada para
evadir nuestra realidad. “Hablemos más bien de los niños desnutridos en la
Guajira, los paseos de la muerte o Reficar, y no de otros países. ¡Cortina de
humo!”, algo por el estilo suele gritar el progresista colombiano promedio.
¿De quién es el pretexto realmente? Muy poco
fiables resultan estos raptos de patriotismo si se pasa revista al recurrente
comportamiento mediático de la izquierda colombiana y de sus seguidores. Si
Venezuela ahora los vuelca al papel de patriotas, Donald Trump, Siria o
Palestina los devuelve instantáneamente al humanitarismo internacionalista. A nadie le es ajeno
que el muro fronterizo de Trump acaparó la agenda noticiosa colombiana desde la
etapa de campaña electoral, hasta el punto incluso de eclipsar la realidad
política del país, y la indignación de estos comentaristas estuvo siempre dirigida
hacia el talante anti-inmigratorio del actual presidente norteamericano, pero
nunca a la intensidad de su aparición mediática, máxime porque esto les da nueva
ocasión de esgrimir su discurso multiculturalista. Idéntico provecho sacaron de
la gran cobertura mediática al desastre de Ayotzinapa, al que por cierto no
pocos dudaron en comparar con la situación de los derechos humanos en Colombia.
Incluso el despliegue noticioso de acontecimientos lejanos al hemisferio
occidental es tolerado por la izquierda colombiana sin el más mínimo alegato de
evasión mediática, especialmente cuando estas noticias le ofrecen un panorama o
ángulo que se amolda a sus posturas políticas: así como el conflicto de Crimea confirmó
su sesgo anti-occidental, su odio anti-israelí se alimenta de cada nueva escalada
del conflicto en Oriente próximo, como la Operación Margen Protector que, sobra
decirlo, es quizá el único momento en que la prensa occidental mira hacia Israel.
Como vemos, el panorama internacional no es necesariamente ajeno a la izquierda colombiana, o para
decirlo en sus propios términos, hay cortinas de humo que cuentan con su aval
porque les resultan provechosas. ¿Cómo es que de todos los eventos políticos y
sociales del mundo, sólo la reseña de los de Venezuela merece ser catalogada como cortinas de humo, siendo este país limítrofe con Colombia, y por tanto, sus
problemáticas sociales tienen repercusiones considerables en nuestro país, como
el masivo éxodo de venezolanos que huyen de la debacle chavista? La consideración
de Venezuela como ventana de distracción para Colombia cabría matizarla: siempre
será cualquier noticia de Venezuela cortina de humo en tanto contribuya al galopante descrédito del Chavismo y el socialismo en general.
La crisis de Venezuela es una
experiencia que reviste gran importancia en cuanto ha permitido desnudar el
espurio humanitarismo de la izquierda latinoamericana, y en lo que a la
recepción mediática respecta, su deshonestidad intelectual. No debería
sorprender a estas alturas que una ideología que pregona la solidaridad y fraternidad
hacia las luchas obreras y estudiantiles de todo el planeta dé la espalda a obreros, campesinos y estudiantes cuando se convierten en víctimas del socialismo, después de todo el pueblo
masificado es para tal movimiento sólo un instrumento para llegar al poder. Los
adeptos de esta causa en Colombia rechazan la más mínima mención de Venezuela
no tanto porque sea una verdadera evasión de los problemas del país, sino
porque resulta una coyuntura ideológicamente incómoda de gestionar. En un país
como Colombia donde gamonales y apellidos flamantes se rotan el poder, la
repartición de la riqueza y la “justicia
social” siguen siendo promesas edénicas que los predicadores progresistas intentan
mantener vivas a punta de piruetas argumentales (como William Ospina que después
de culpar de la crisis a una conspiración de “poderes mundiales” (típica
salida, por cierto) tildó a las marchas de la oposición venezolana de "puñado de ricos"). Hablar del país vecino entonces es hablar del desmoronamiento
de una utopía colombiana, y de otro de los incontables fracasos del progresismo.