sábado, 5 de agosto de 2017

Sense8: ¿Ciencia ficción o didactismo moralizante?



Aclaración: esta entrada no es una reseña sobre la serie Sense8.

Pese a que me considero muy flojo para las series (y la verdad muy pocas me cautivan lo suficiente como para seguirlas), Sense8 fue una de las que incluí en mi agenda a causa de las insistentes recomendaciones de amigos y conocidos, y de la congoja de los seguidores de la serie después de que Netflix anunciara su cancelación con sólo dos temporadas, lo cual no hizo sino intrigarme más: tiene que ser muy bueno algo que merezca semejante duelo, pensé. Me aventuré a verla, por estas razones y porque me la vendieron como una serie de ciencia ficción, y no sé si haya sido conveniente comprar esa idea, pues grande ha sido la decepción.

Sin embargo, algo que rescato a Sense8 es el haberme dado la excusa para desempolvar un tema que hace mucho tenía pendiente, y es mi relación con cualquier expresión cultural que tiene un manifiesto programa ideológico. Porque ciertamente eso es lo que más resalta en esta producción. Desde el primer capítulo, qué digo, desde el intro mismo, se despliega a sus anchas un buenismo progresista marca Playground. Admito que es tentadora la idea de una conexión mental y emocional entre ocho personas repartidas a lo largo y ancho del globo terráqueo, pero su potencial tiende a diluirse en un mar de consignas políticamente correctas que le dan a la serie un tono sentencioso. De todos los temas abordados por Sense8, el de la diversidad sexual es el más machacado, particularmente en las tramas de Nomi Marks, una hacker y bloguera transexual acosada por su familia, y el actor español/mexicano Lito Rodriguez, quien oculta su homosexualidad para salvaguardar su imagen de galán de cine; ambos, en fin, presentados como víctimas de una sociedad intolerante, pero (y es lo que más les interesa enfatizar a los Wachowski) al tiempo miembros de una cofradía de seres que representan el siguiente paso evolutivo de la humanidad: los sensates u homo-sensorium.

Y no es que me oponga a la expresión de la ideología por medio de las artes (porque la realización audiovisual hace méritos para entrar en esta categoría, por si las dudas), lo cual por cierto no tendría mucho sentido porque ésta no sólo es consustancial a la ciencia ficción -que enfoca la realidad desde un ángulo insólito-, sino a cualquier género artístico, a lo que se añade que este trasfondo ideológico se opera muchas veces de manera inconsciente en el artista, como una determinación de su tiempo y entorno. La ideología puede participar del impulso creador, es cierto, como también puede llegar a entorpecerlo cuando no se logra armonizar con la elaboración artística. De hecho, si algo nos han mostrado muchas de las obras maestras de la literatura y las artes plásticas es que el fenómeno ideológico suele caracterizarse por su sutileza y complejidad, algo que subyace y se entreteje con la elaboración estética, perceptible sólo ante la mirada atenta y rigurosa del espectador.

Leer el trasfondo ideológico de Shakespeare o Dostoievski sigue siendo un reto apasionante para el pensamiento precisamente por la densidad de sus obras y la variedad discursiva de sus personajes, como por las distancias cultural y temporal que a muchos nos separa de estos autores. Ahora bien, cualquier intento de justificar este gigantismo de lo político en Sense8 seguramente conducirá a la tradición del llamado "arte comprometido", donde el componente político-ideológico adquiere un volumen mayor en la medida de que es muy consciente de sí mismo. Y es que los siglos XIX y XX no se limitaron a dar al arte estatus de catapulta demoledora del orden establecido: intentaron fijar el rol contestatario como única expresión posible del arte, o la más idónea por su elevado humanitarismo. Pero aún en medio de este empeño por reducir toda expresión artística a panfleto, se pueden encontrar joyas de gran belleza como las piezas teatrales de Enrique Buenaventura, cuyo valor reside menos en sus denuncias de los crímenes del Estado colombiano, que en el esmerado quehacer creativo de este dramaturgo y su escuela de actores. Obras de la talla de Los papeles del infierno redimen al arte comprometido, pues evidencia el triunfo de la voluntad creadora sobre la vulgar instrumentalización política.

Lo cierto es que en algunas latitudes esta politización de las artes ha derivado en una locura unas veces didactizante y otras transgresora, cuando no en una vitrina de egos enfermizos. Nunca he creído mucho en la sensibilidad humanista de los gauche caviar de la música protesta (ni siquiera en mi época más progre), pero reconozco el talento de Joan Manuel Serrat, su destreza para captar poéticamente la condición humana en canciones tan memorables como "Penélope", "Pueblo blanco", "La mort de l'avi" o "Nanas de la cebolla". Hoy, no sólo arrecia la politización de la música en detrimento del ingenio compositivo, sino que ha hecho de la provocación vacía su único sustento, sobra decir a qué agrupaciones de qué Calle y qué número me refiero.

De vuelta a Sense8, el problema entonces no es tanto su mensaje progresista (un reciclaje de Matrix, en buena medida), sino el peso desmesurado que este tiene en el argumento por cuenta de las obsesiones de Lana y Lilly Wachowsky. En contraste con la impecable factura visual, el ritmo de la historia se ralentiza por la sobrecarga de temas políticos. A duras penas la ideología puede constituir en esta serie un reto intelectual cuando las consignas LGBTI, pacifistas, multiculturalistas y pro-legalización de las drogas te estallan en la cara. Los personajes lucen planos y deshumanizados, siempre buenos, siempre guapos, siempre víctimas de la intolerancia, sin más tacha que la cobardía o la pasividad y soltando alguna frase motivacional, como el "orgullo gay" que vocean Nomi y su novia Amanita en el primer episodio mientras tienen sexo, la frase con la que Nomi concluye la discusión del grupo de sensates sobre el miedo en el 4to episodio de la 2da temporada: “Your life is either defined by the system... or by the way you defy the system” ("tu vida puede ser definida por el sistema… o por como desafías el sistema" [el sistema, siempre el sistema]); o el discurso de Lito en el "Gay Pride" de Sao Paulo. Por otra parte, este espíritu de "libertad" que pregona la serie es carta blanca para las reiteradas y excesivas escenas de sexo, sobre todo porque el más mínimo cuestionamiento a este leitmotiv va a ser señalado de albergar un sospechoso conservadurismo, pues el sexo en Sense8 es un discurso político más.

No diría que es mala la historia. Simplemente Sense8 es una serie que exige mucha paciencia del espectador que busca un mundo nuevo que atice su imaginación, y encuentra en su lugar un manual de corrección política. Creo que es difícil esperar que el episodio final de dos horas prometido por Netflix supere esta asimetría y le baje la dosis de moralina.

martes, 18 de julio de 2017

De cortinas de humo y desmoronamiento de utopías

Hay una idea que ronda hace muchos años por los claustros universitarios, las charlas en la calle, o en cualquier escenario comunicativo imaginable en Colombia, según la cual toda referencia mediática a la actual crisis política de Venezuela es una cortina de humo que busca distraer de los problemas de nuestro país. Esta frasecilla de cajón se ha repetido como un mantra, y discurrido con tanta impunidad que ha ido adquiriendo el estatus de axioma en el que nadie se detiene (unos por pereza mental o complacencia ideológica, otros por temor a la controversia) a hacer la más mínima revisión crítica, de tal manera que el tema ha sido proscrito especialmente en espacios donde domina ampliamente la izquierda, como por ejemplo las universidades públicas.

Lo cual no implica en absoluto negar que en Colombia efectivamente se fabriquen cortinas de humo, y que éstas sean a menudo artimañas institucionales, como tampoco se puede negar que “cortina de humo” es en sí misma una denominación política-ideológica empleada por algunos sectores para legitimar o invalidar ciertos eventos. Llama la atención la prontitud con la que muchos izquierdistas suelen aplicar esta etiqueta a toda mención de Venezuela ahora, conducta que, claro está, fue inexistente  en tiempos de la bonanza petrolera en la que todo era loas al “Socialismo del siglo XXI” y a la figura de Hugo Chávez. Es en circunstancias como las actuales cuando la izquierda colombiana desecha su internacionalismo y saca a relucir su dimensión más provincialista, al apelar al interés prioritario de nuestros propios asuntos so pretexto de no inmiscuirse en asuntos internos de otros países, pues arguyen que toda referencia a conflictos foráneos es una maniobra deliberada para evadir nuestra realidad. “Hablemos más bien de los niños desnutridos en la Guajira, los paseos de la muerte o Reficar, y no de otros países. ¡Cortina de humo!”, algo por el estilo suele gritar el progresista colombiano promedio.

¿De quién es el pretexto realmente? Muy poco fiables resultan estos raptos de patriotismo si se pasa revista al recurrente comportamiento mediático de la izquierda colombiana y de sus seguidores. Si Venezuela ahora los vuelca al papel de patriotas, Donald Trump, Siria o Palestina los devuelve instantáneamente al humanitarismo internacionalista. A nadie le es ajeno que el muro fronterizo de Trump acaparó la agenda noticiosa colombiana desde la etapa de campaña electoral, hasta el punto incluso de eclipsar la realidad política del país, y la indignación de estos comentaristas estuvo siempre dirigida hacia el talante anti-inmigratorio del actual presidente norteamericano, pero nunca a la intensidad de su aparición mediática, máxime porque esto les da nueva ocasión de esgrimir su discurso multiculturalista. Idéntico provecho sacaron de la gran cobertura mediática al desastre de Ayotzinapa, al que por cierto no pocos dudaron en comparar con la situación de los derechos humanos en Colombia. Incluso el despliegue noticioso de acontecimientos lejanos al hemisferio occidental es tolerado por la izquierda colombiana sin el más mínimo alegato de evasión mediática, especialmente cuando estas noticias le ofrecen un panorama o ángulo que se amolda a sus posturas políticas: así como el conflicto de Crimea confirmó su sesgo anti-occidental, su odio anti-israelí se alimenta de cada nueva escalada del conflicto en Oriente próximo, como la Operación Margen Protector que, sobra decirlo, es quizá el único momento en que la prensa occidental mira hacia Israel.

Como vemos, el panorama internacional no es necesariamente ajeno a la izquierda colombiana, o para decirlo en sus propios términos, hay cortinas de humo que cuentan con su aval porque les resultan provechosas. ¿Cómo es que de todos los eventos políticos y sociales del mundo, sólo la reseña de los de Venezuela merece ser catalogada como cortinas de humo, siendo este país limítrofe con Colombia, y por tanto, sus problemáticas sociales tienen repercusiones considerables en nuestro país, como el masivo éxodo de venezolanos que huyen de la debacle chavista? La consideración de Venezuela como ventana de distracción para Colombia cabría matizarla: siempre será cualquier noticia de Venezuela cortina de humo en tanto contribuya al galopante descrédito del Chavismo y el socialismo en general.

La crisis de Venezuela es una experiencia que reviste gran importancia en cuanto ha permitido desnudar el espurio humanitarismo de la izquierda latinoamericana, y en lo que a la recepción mediática respecta, su deshonestidad intelectual. No debería sorprender a estas alturas que una ideología que pregona la solidaridad y fraternidad hacia las luchas obreras y estudiantiles de todo el planeta dé la espalda a obreros, campesinos y estudiantes cuando se convierten en víctimas del socialismo, después de todo el pueblo masificado es para tal movimiento sólo un instrumento para llegar al poder. Los adeptos de esta causa en Colombia rechazan la más mínima mención de Venezuela no tanto porque sea una verdadera evasión de los problemas del país, sino porque resulta una coyuntura ideológicamente incómoda de gestionar. En un país como Colombia donde gamonales y apellidos flamantes se rotan el poder, la repartición de la riqueza  y la “justicia social” siguen siendo promesas edénicas que los predicadores progresistas intentan mantener vivas a punta de piruetas argumentales (como William Ospina que después de culpar de la crisis a una conspiración de “poderes mundiales” (típica salida, por cierto) tildó a las marchas de la oposición venezolana de "puñado de ricos"). Hablar del país vecino entonces es hablar del desmoronamiento de una utopía colombiana,  y de otro de los incontables fracasos del progresismo.

domingo, 8 de enero de 2017

Mi relación con el alcohol - buscándole sentido al sinsentido

De niño siempre me pregunté por la utilidad del alcohol, o cuando menos su razón de ser, y como muchos de mi edad aguardé con entusiasta paciencia mi iniciación en ese elixir exclusivo del mundo de los adultos para adentrarme en sus secretos. No es que me figurara el licor como la hidromiel moderna, una fuente de sabiduría o de arcanos, ni más faltaba, simplemente quería saber a qué se debe la fascinación que despierta.

Llegó la iniciación, en efecto; no así el fin de la espera por descubrir qué hace tan especial empinar el codo. Me percaté entonces que lo que en realidad siempre me interesó no era tanto el licor en sí como su "importancia social", después de todo su presencia en grandes congregaciones en torno a un evento o momento significativo tendía a volverse una omnipresencia. Curiosa me resultó entonces la popularidad de un bebedizo acre al paladar, carrasposo y que además había que beber con suma moderación porque la consciencia se podía diluir en él. Nunca he presentado en público estas inquietudes por no correr el riesgo de parecer un inadaptado social o un moralista, escrúpulo nada infundado toda vez que al común de la gente le resulta impensable separar esta bebida de toda noción de ocio en sociedad. Pero lejos del moralismo, el motor de este cuestionamiento siempre fue el de una inocente curiosidad por penetrar en un misterio popular y participar de él, pues de hecho, mi empeño estuvo desde el principio en adaptarme e incorporar, como mis contemporáneos, el alcohol en la agenda de ocio de mis días de adolescencia, en paladearlo en la barra de muchos bares rock, desde las bebidas más cachesudas a las más populares, y escudriñar entre sus punzadas ardientes ese placer que agolpa a tantos en estancos y cantinas, toda vez que el licor establece un estándar de "normalidad" social. La verdad es que, en lo que a placer a los sentidos respecta, en vano esperé a que el alcohol me hiciera un efecto significativo, más allá de un alegre sopor, una lúbrica sugestión que en gran medida uno mismo se inducía.

Pero tal vez el placer no sea la respuesta, me decía, pues la cultura promueve que el licor, más que de placer, es un combustible para el valor, o así lo muestran infinidad de películas, series, telenovelas, entre otros productos de la industria cultural que reproducen incesantemente, no importa el tiempo o el lugar, al eterno vaquero que se zampa una jarra de cerveza antes de cascar a los malos o de conquistar a la damisela. Ante esta visión del alcohol como incipit de la aventura, pasé de la indiferencia al cauto divertimento, pero ciertamente nunca pude apropiarme ni mucho menos interiorizar un código que si alguna vez se basó en un patrón social real, la cultura mainstream lo mascó hasta convertirlo en un insípido cliché. Y no tanto porque llegue al absurdo de descreer que el alcohol pueda alterar el temperamento de las personas, sino precisamente por lo opuesto: más que infundir valor, el licor tiene el potencial de empujar al consumidor de alta tolerancia a la temeridad, no a un mejor gobierno de sí mismo sino por lo contrario a su abandono, y cuando uno se abandona a sí mismo no hay heroísmo ni villanía, todo es uno solo en proporciones apocalípticas.

Y con esto llegamos a otro de los estímulos para beber alcohol más frecuentes en la sociedad moderna, y que más me han cautivado: el alcohol como huida. No es mi intención discutir en esta entrada si -una vez más- la industria cultural influye o incide en el consumo de alcohol, lo cierto es que este también ha aportado una representación del etílico como medio para ahogar las penas amorosas, especialmente en la música popular, que se refleja en las costumbres sociales. Hay algo que siempre me ha llamado la atención en cualquier grupo en el que me encuentre y se está consumiendo licor, y es el contraste de actitudes que se generan a partir de él. De entrada, el común de los presentes acomete el vaso o la botella con una actitud gallarda, animal, desafiante y al mismo tiempo elegante, como si la mayor de las convenciones sociales de hoy fuera todavía un acto de insurrección o un sello de distinción; pero luego el espíritu va decayendo, los temas de conversación escasean, todos los concurrentes se tambalean indecisos... ¡y es cuándo más alcohol se ingiere! Ya sea para buscar la motivación perdida, o para "tomar las de Villadiego", perderse en el ensueño etílico y así protegerse del silencio incómodo. Como sea, parece que el alcohol es tanto el cuerno que llama a la batalla, como el grito de retirada.

Lo admito, soy más convencional de lo que desearía, pues mi relación con el licor sigue siendo un asunto estrictamente público y socialmente diplomático, y me contento con estar consciente de haberme emancipado solamente del deseo de buscarlo como elemento indispensable para la diversión.

domingo, 25 de diciembre de 2016

Facebook e Identidad

Facebook es tan incuestionable para el internauta del común como el oxígeno. Todos los meridianos de la cultura pasan hoy por la red de Mark Zuckerberg, hasta el punto que el mismo sistema educativo ha tenido que desechar su desdén inicial hacia ella y adaptarse, todo lo cual ha llevado a que el hecho de no tener una cuenta de Facebook sea comparable a la muerte. Facebook es magnético, ¿qué nos seduce de él? Memes, juegos, chat, estados, música... muchas cosas que los idealistas suelen amalgamar en expresiones como libertad, fluidez comunicativa e independencia mediática. Una realidad tan envolvente y avasallante, que el menor cuestionamiento hacia ella tiende a ser tomado como síntoma de locura. Y con esto no pretendo mostrarme como un loco o un profeta de catástrofes incomprendido, (ya saben, de esos "únicos y especiales" con complejo de Casandra posmodernos), sino en cierta manera justificarme. ¿Ante quién o ante quiénes? Pues digamos que ante la automática objeción: ¿Qué hace en Facebook si no le gusta? A esa recriminación que pretende mantener el Status quo cultural no dudo en responder -con no poca vergüenza, eso sí- que es por obligación. Sí, es cierto, también me he abandonado como casi todos al espectáculo de los memes, como también le he hallado una considerable utilidad a esta red al conectarme con páginas que divulgan contenidos libertarios como Mises Hispano o Propiedad privada (que es lo opuesto de lo que criticaba en una entrada muy antigua de este blog); pero el ancla real es la obligación académica ya que, como ya bien he anotado, los profesores y burócratas de la academia se han dejado seducir por esta red social y la han adaptado como recurso didáctico, o eso dicen. De cualquier forma, estas obligaciones académicas pueden ser grillete, más no mordaza para impedirnos reconocer en Facebook un cierto grado de retroceso cultural que figura una forma moderna de postración.



La más evidente de las razones que me motivan a cuestionar a Facebook es el que quizá es su mayor atractivo: el botón de "Me gusta", que recientemente ha sido ampliado a un abanico de "reacciones". Los estados y comentarios, muy anteriores al "Me gusta", eran cuando me inicié como usuario el eje de la actividad de Facebook, y el intercambio de ideas el principal estímulo (sin ser el ideal), hasta la aparición de este adminiculo, que como dispositivo de apoyo desplazó a las demás actividades para convertirse en el centro y obsesión de los facebooknautas. Cada pulsación de "Me gusta" -o Like, como es más común llamarla- es un termómetro que, se supone, mide la calidad de una publicación, tanto por presencia como ausencia, instaurando así un culto al "sagrado" pulgar arriba, como ahora a su nuevo séquito de "reacciones", para recibir su favor. Y lo que sorprende no es tanto esto como la asimilación que muchos han hecho del like como patrón de vida: el "me gusta" fomenta la autocensura arbitraria, pues muchos posts, sin importar su aceptable calidad, terminan siendo borrados al cabo de un tiempo por sus creadores solamente por el hecho de no recibir likes. Si Luis Vélez de Guevara viviera hoy, tendría en el like una inspiración más exacta para la representación del capricho de la Fortuna. Por un usuario de Facebook que prima la calidad de sus publicaciones sobre cualquier cosa, hay muchos otros que ponen en la consecución del like la supervivencia de su autoestima.

La puja por los likes ha dado lugar a una serie de comportamientos rayanos en lo patológico: el usuario promedio de Facebook hace un holocausto con su dignidad al publicar cualquier contenido, el que sea que encaje en un catálogo que incluye los selfies en el baño, la foto del vaso de Starbucks, pasando por los carteles con frases de motivación, citas de dudosa autoría, fotos de animales destripados expresando falsa conmiseración, o las actualizaciones de estado empezadas como "me siento...", a fin de que el cielo de la popularidad le sea propicio y afloje sobre él esa lluvia de guantecitos blancos. Bienvenidos a los juegos del hambre... ¡y que la suerte esté siempre de su lado!


Pero también ocurre lo contrario. Vuelvo a preguntarme en este punto: ¿Es realmente Facebook ese entorno libre que predican sus defensores? ¿Esa Zion que librará a todos de la Matrix (no, no soy conspiranóico, solo es un símil)? Para quienes seguimos pensando en la autenticidad como inseparable de la libertad, no nos cabe la menor duda de que no es así, Si Facebook acelera el acceso a la información, su estructura también permite y fomenta la cobardía de holograma. Un fenómeno muy curioso que he podido apreciar en Facebook es el desdoblamiento de la identidad. Al momento de crear su cuenta, por mucho que ponga su nombre real, el común de los usuarios no traslada su identidad fielmente a la red social sino que crea una nueva, un "yo transgénico" producto de una parte escogida de su personalidad, la más presentable, cuando menos las más conveniente, a la que se le aplicará una buena dosis de adulteración. Hasta llega a ser fascinante ver la facilidad con que Calamardo puede convertirse en Bob Esponja en Facebook. El individuo se compromete con -y se substituye a sí mismo por- un ser ideal (políticamente correcto o incorrecto, pero nunca auténtico) al que se empeñará en mantener y dar solidez ante sus contactos. En palabras de Paula Sibilia, se da"una forma de ser que se cincela para mostrarse", personajes que "constituyen un tipo de construcción subjetiva alterdirigido, orientado hacia los demás: para y por los otros" (Sibilia, 2008, p. 266). El punto más extremo de este travestismo lo encarnan los perfiles falsos, los cuales, según datos de la misma red social, llegan al 11.2 % del total de usuarios de la red, y aprovechan este entorno para camuflarse de una forma completa, obviamente con propósitos aún menos nobles.


A esto hay que agregar que la comodidad que otorga el entorno de Facebook da lugar a la primacía del cotilleo, a la indirecta, y al inmovilismo social en todos los niveles. Ya dijimos que el "me gusta" es menos estímulo que condicionante, a lo que hay que sumar la función  que desempeña como lenguaje simplificado de los simuladores. El like es la más elemental unidad de expresión con la que muchos pretenden sustituir los tradicionales comentarios de elogio, Además, ¿cuántos no juntan en sus biografías likes a fanpages como si de medallas o soles en la solapa se tratara? Igualmente, las mismas páginas ambicionan llegar al máximo número de seguidores, sin importar cuántos de estos sean perfiles falsos. ¿Quiere aumentar su número de seguidores de un plumazo sin desgastarse en persuadirlos con contenidos significativos? ¡Se le tiene!: Un millar de servicios en la web prometen incrementar artificialmente el número de likes por tarifas que van de $47 hasta $590 dólares, dependiendo del número de fans al que se aspire. Un carnaval de máscaras, un teatro de los sueños, eso es Facebook, y en definitiva, más Matrix que Zion.

Facebook es un vicio que deleita nuestros sentidos, y por encima de todo, nuestros egos; una realidad espuria pero con más peso que la realidad misma para el internauta de esta generación, y que por eso mismo en cualquier momento puede tornársele hostil. Aunque muchos usuarios se regodean en la personalidad de fantasía que se han forjado en sus biografías, tienden a tomar a Facebook como otro mundo, un universo paralelo con sus propias leyes y cuyos eventos no tienen consecuencias en el mundo real. Sin embargo, lo juzguemos tonto o absurdo, si Facebook no le avisa que Fulanito o Sutanita está cumpliendo años, para muchos esto suele pasar inadvertido. Una foto vergonzosa -de esas que cualquier Smartphone traicionero puede sacar, por ejemplo, durante las peores borracheras- que circule por la red de etiqueta en etiqueta puede ser causal de despido laboral, divorcio y el fin de muchas amistades.

Por otro lado, qué difícil resulta rehacer el pasado en Facebook, siendo como humanos sujetos en nuestras trayectorias de vida a los cambios (de pareja, opinión, ideológicos, religiosos, etc.). Pero no, Facebook siempre tendrá disponibles para los ánimos más ociosos y audaces las publicaciones de etapas ya abolidas en el mundo real, lo que te pone en la odiosa tarea de poner a tono el pasado con el presente en el Facebook para manener tu mundo en orden. ¿Cuántas veces alguno de mis contactos no me habrá sorprendido con preguntas sobre mis panfletos izquierdistas de 2008? ¿Cuántos, con un like o un comentario, han desenterrado de repente personas y eventos que no nos gustaría ver de nuevo?

Me incluyo entre quienes siempre celebraron los espacios que ofrece Facebook para el debate, pero basta con ver los hilos de comentarios en las fanpages de la Revista Semana, El Espectador, El Tiempo o Las 2 Orillas para confirmar la validez de la apreciación de Umberto Eco sobre las redes sociales. Cada vez me convenzo más de que cuando decía que estas "le dan la palabra a legiones de necios", hablaba en particular de Facebook, después de todo es la plataforma de la web 2.0 que más ha contribuido a salvar el abismo entre las voces expertas y las aficionadas, lo cual llega a su nivel más extremo con los trolls, haters y otras alimañas que no se sienten ligados a ningún principio ético de la comunicación y se alimentan del generoso feedback de los likes, como también en la ineptitud de muchos Community Managers y los mecanismos de denuncia de Facebook, sin otra motivación que vituperar todo lo que porta alguna validez o importancia.

En fin, este valle de lágrimas que nos venden como el paraíso en la web llamado Facebook, figura por ahora como el gran espectáculo de las fatigas humanas que con el paso del tiempo nos absorbe cada vez más, y que mientras maximiza el flujo de información, arranca al individuo de su complejidad para convertirlo en una calcomanía.


Bibliografía:

Sibilia, P., La intimidad como espectáculo. Fondo de cultura económica de Argentina, S.A. Buenos Aires, 2008.

viernes, 2 de septiembre de 2016

De regresos y cambios

He sabido de blogs que cambian radicalmente sus contenidos, que alteran su rumbo temático después de un muy largo ciclo, pero no me he topado hasta la fecha con blogs que cambien algo tan emblemático como la orientación ideológica (tal vez clausura y hasta suspensión definitiva, pero nunca una reorientación en este sentido), y no creo que este sea el único caso. Lo cierto es que hasta ahora no he tenido la fortuna de toparme con uno de esa naturaleza.

Y bien, ¿cuál es el cambio ideológico? El más radical e impensable para un bloguero de tendencia progresista. Suspendí la actividad de este blog cuando empecé mi carrera universitaria. La entrada a una universidad pública como la del Valle significa para muchos la inmersión en el mundo del progresismo, o por lo menos la reafirmación de sus ideales; para mí, en cambio, supuso todo lo contrario. Fue en el ingreso a la Universidad del Valle cuando comenzó el desencanto hacia la izquierda política y el derrumbamiento de todos los fundamentos del progresismo al ser testigo de su fanatismo e incongruencias. Esta circunstancia, paralela a las búsquedas de otros horizontes bibliográficos en materia de política que ya veía realizando, fue lo que me indujo finalmente a abjurar del progresismo en pos de una orientación libertaria.

No ha sido un capricho, el cambio en realidad fue una experiencia espiritual más dura de lo que parece; las ideologías no son como chiros que se pueden quitar o poner de un tirón. Abandonar un credo que se había interiorizado en un grado incalculable es como arrancarse de cuajo una entraña. Sería necio juzgar agradable o simplemente normal ver cómo se desmoronan los ideales en que se depositaban las esperanzas (justicia social, pacifismo, multiculturalismo...). Sí, es complicado, aunque no más que tener que tomar esta decisión con respecto a este blog, al que por un lado le tengo cierto cariño por su contribución a mi formación escritural pre-universitaria, y por otro me ha turbado cada vez que miro sus entradas publicadas hasta ahora, la mayoría de las cuales destilan una bilis que me avergüenza, pero que sobre todo proclaman ideas con las que ya no me identifico, simpatías con las que ya no simpatizo y enemigos que ya no lo son. ¿Qué le vamos a hacer? La vida es cambiante, y cambiar es prueba de que estamos vivos; el cambio de cosmovisión en particular es el precio de la búsqueda indeclinable de la verdad.

No borraré el blog por las razones ya expuestas arriba. Lo que no he decidido aún es si sigo publicando aquí, o si lo haré en un nuevo blog. Tampoco sé si eliminaré los posts antiguos o los dejaré como vestigios del cambio. De cualquier manera, esta entrada es el primer pago de una vieja deuda que tenía conmigo mismo.

lunes, 8 de julio de 2013

Batalla ante la Corte Internacional de justicia sobre la caza de ballenas

Vía El Espectador

Caza de ballenas en Japón


Batalla ante la Corte Internacional de justicia sobre la caza de ballenas


                                                             Foto: Archivo - EFE

Australia insta a que se prohíba la caza de ballenas a Japón, mientras que este país argumenta tradición y fines científicos.

Por: AFP


Australia intenta desde el miércoles convencer a la Corte Internacional de Justicia (CIJ), mayor órgano judicial de Naciones Unidas, que prohíba a Japón la caza de ballenas en la Antártida, una batalla crucial según los ecologistas para el futuro de estos cetáceos. "Nos hemos opuesto constantemente a la violación del derecho internacional que comete Japón con la matanza de ballenas, pero Japón rehúsa poner fin a sus actividades", declaró Bill Campbell, abogado de la oficina del fiscal australiano, al iniciarse la audiencia.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Sionismo Nazi: Las ironías de la historia

Fotografía: Oscar GTO/Flickr

Entre los años 2006-2007 la autora de este relato viajó a Israel y a los ‘Territorios Palestinos Ocupados’ como parte de lo que llama “un reporte personal”. 

Paola Dragnic
El ciudadano
Hace ya cuatro años que volví de Palestina y desde entonces, quiero escribir esta carta. Pero es tan grande todo lo vivido, que no he podido sentarme a resumir todo lo que quisiera contarles, para que al menos pudieran dimensionar lo que ahí sucede. Porque eso me pasó a mí. Creí ser conocedora del tema, creí saber y entender algo del “conflicto” y de la “causa”, pero nada se asemeja a vivirlo.
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